de bucles o espirales y agujeros negros


Aunque parezca lo contrario por el título, de lo que quiero hablar no es de nada parecido a la astronomía, ni que tenga que ver con el cosmos o con el infinito del espacio, pues no soy ninguna experta en eso de lo que hay en el cielo que no vemos y de lo que algunos saben tanto, o a lo mejor sí.

Otra vez me está pasando, no querer pensar en algo y sólo tener ese pensamiento, que no quiero, en la cabeza.
Después de un apretón de corazón, consigo superar ese momento y la incertidumbre se apodera de mi estómago, por lo que ya sé que hoy nada de lo que coma me sentará bien. Después de rodar y rodar todo el día, me acuesto y me digo a mí misma que me voy a dormir en seguida, que mañana saldrá el sol como siempre, que cuando despierte veré las cosas de otra forma, que estoy nerviosa o que tengo las hormonas un poco alteradas, y... ¡dale, vuelta a empezar!, ya está mi cabeza en el mismo sitio, vuelta a empezar, otra vez la misma cantinela, y... ¡qué lío!, ¡que no quiero!, vuelvo a empezar con lo mismo, me levanto y me pongo a leer, ¡qué frío!, me pondré el batín. El libro que tengo entre mis manos tiene las letras cada vez más pequeñas, no me estoy enterando de nada de lo que pone, ¿de qué iba esto?, he leído cuatro páginas y no sé qué leche dice. Dejo el libro y voy al aseo. ¡Qué frío!, ¡claro, son las tres !, la calefacción se apagó hace mucho rato. Vuelvo y no sigo leyendo, mejor dicho, no sigo mirando las letras que se mueven sin parar y que no consigo entender. Puede que tenga hambre y si tomo un vaso de leche cambio el ritmo… no me apetece. Me acuesto y me relajo, sí eso haré. Uno…, dos…, tres…, cuatro…, cinco…, seis…, siete…, ocho…, nueve…

Creía que ya me iba a dormir, pero otra vez el gusano en mi barriga. Y vuelta a empezar, mañana será otro día, mañana empiezo… , y luego…, y llamo a…, y por la tarde cambio…, seguro que mañana por la tarde ni me acuerdo de ahora.

A esto le llamo espiral o bucle. Entrar en la espiral es un entrar a algo sin fácil retorno, si entro, sé que salgo, pero también sé que siempre salgo un poco peor. O mejor, quién sabe, porque cuando me introduzco en ese giro hacia a un lado y hacia otro en mi cabeza, a ese estado de vértigo que aunque es mental me revuelve el interior y me hace algunas veces alcanzar la náusea verdadera, sé que he crecido. Nunca crezco en el sentido estricto de crecer, pues mi estatura de 1,57 y medio (ese medio centímetro me alegra mucho) no cambia en absoluto. Crezco en experiencia o en eso que a menudo dudo haber alcanzado, en madurez. Todo lo que madura a veces lo hace con cierto sufrimiento.
Pero lo que es peor es el agujero negro porque en vez de un gusano es un puñal invisible que me deja k.o. Me deja fuera de juego lo que no me espero, lo que me decepciona profundamente, aquello que me arranca la ilusión por todo en un segundo.
Cuando me ocurre eso, después del dolor tengo que mirar hacia el cielo, respirar hondo y aferrarme a lo que tengo y a lo que creo que soy.
Hoy si miro el cielo, veo aquellas cometas.

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