quien te pega, no te quiere


Mi hija se preguntaba por qué tenía que aguantar el empujón de un niño de su clase a la hora de gimnasia.

Comentaba la parlanchina que todos los chicos eran unos brutos, que sólo sabían jugar a la guerra, que ella no quería que se sentara a su lado fulanito, en fin que me soltó una retahíla de argumentos consciente ya que a los seis años no todos y todas tienen las mismas preferencias cuando juegan en el recreo.

Estaba bastante afectada ya no en sí por el empujón, que al parecer había sido fuerte, sino porque el autor de ese acto malvado no era otro que el niño con el que había previsto pasar toda su vida y el que posiblemente podría ser el padre de sus hijos e hijas, en fin, que ahí estaba yo, con cara de circunstancias y pasándole la mano por su pequeña espalda, haciéndome partícipe de su indignación y pensé que tenía que aprovechar ese momento.

Comencé hablándole de que cuando cumpliera algún año más ni se acordaría de ese trágico incidente y que ni tan siquiera recordaría a quién despertaba ahora en ella esa sensación de desasosiego, no sólo por su temprano amor sino además por haber provocado ese desencantamiento tan sentido. Además, no todos los chicos eran iguales y le nombré a papá, su ídolo y también hombre.

Y le dije más, pues de esto le tenía que quedar una idea muy clara para siempre. Fijé mis ojos en los suyos y le invité a prestarme más atención y le avisé con solemnidad de la importancia de la revelación que le iba a hacer en unos instantes,"Cariño, si te pega ¡no te quiere!, si te hace daño en el corazón, tampoco."

Porque no valen excusas, no vale el mañana será otro día, no sirve comprender un mal momento, pues ante cualquier tipo de maltrato, ninguna duda: tolerancia cero.

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