una amistad a tiempo vale más que mil...

(gracias i.)


Ayer estuve con mi amiga.

Desde que comencé a pensar que me estaba haciendo mayor ahí ha estado y me ha hecho notar siempre su compañía; algún año más joven que yo… detrás pero por delante.

Si sufrí, sé que ella lo hizo conmigo. Cuando insistí en tergiversar mi destino, mi amiga me empujó para alentarme a que siguiera hacia adelante. Cuando se fue un amor y vino otro mejor… disfrutamos juntas de todo lo que nos llovió.

En ocasiones, ojalá fuera más a menudo, conseguimos adentrarnos en el pasado y recoger lo que más nos ha ayudado en la espera de ese futuro que creemos será mejor. Sin embargo, hemos necesitado, más de una vez, ese apretón que nos hiciera regurgitar todo aquello que no nos fue bien y así saborear lo que verdaderamente nos supo, dulce o salado, pero diferente.

Una amiga no es más o menos que un amor, pues la persona a la que amas no es comparable a nada ni a nadie, y así tiene que ser.

Mi amiga es como un continuum en el tiempo que me hilvana los recuerdos, que me engancha a la más temprana juventud y me recoge en un abrazo. Suelo pensar en ella cuando el viento viene en contra. Y… también cuando la brisa me roza las mejillas y me acaricia la felicidad.

Sabemos que nos queda mucho por vivir juntas. En la última tarde compartida hicimos recuento y nos ilusionamos haciendo planes de nuevo. Como al fuego, alimentamos nuestra historia para que no se apague, para que sea cálida la estancia donde esté, para que junto a él nos entren esas ganas de contarnos todo y de pensar en voz alta sin las ataduras cotidianas para frenar la espontaneidad.

Siento que tenemos mucha suerte porque la arena de nuestro reloj combina los altibajos de nuestras propias historias personales, para que nunca estemos al mismo tiempo en el abismo del desencanto y de la desesperanza. Sin embargo, lo mejor es cuando lo que nos marca el camino coincide: ahora, nuestras hijas.

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