puzle de piezas encontradas


Siempre está bien tener un puzle cerca. Y si es de esos grandes, de paisajes con muchas tonalidades de un mismo color, pues mejor que mejor. Si no tienes una mesa muy grande, de las de comedor de toda la vida, te será difícil montar uno de más de 5000 piezas. A mí, como tenía más paciencia, mis hermanos me daban el trabajo de pinche, esto es, el de seguir las instrucciones que ellos me iban marcando. Busca las de parte recta... pon aquí todas las que lleven algo de blanco... primero separamos todas las de cielo y luego las volvemos a separar por azules... las que tengan algo de hojas y de agua... Un puzle de esos, si tenías suerte y te lo traía Papá Noel -con los Reyes Magos no daba tiempo a terminarlo- podías pasar unas estupendas vacaciones navideñas, en familia, en casa y sin hacer mucho ruido.

De vez en cuando, nos íbamos mirando de reojo para ver cómo llevábamos nuestras respectivas responsabilidades. Aunque ellos no se daban cuenta, yo los miraba también para verles quietos, concentrados, pensando en sus cosas o con la mente en blanco mientras deslizaban sus dedos morenos de un lado a otro; los observaba con cariño, con sentimiento de hermana mayor velando por ellos, incluso orgullosa de que hubieran elegido ese noble entretenimiento en vez del habitual partido de fútbol en plena calle.

Además, con cara seria y sin dudarlo, cuando alguno de nosotros detectaba una pieza en el montón equivocado, lo hacía constar con vehemencia, pues ese error pudo provocar un intento frustrado de varias horas, incluso forzando un poco cada posición de las piezas que quedaban por si hubo algún imposible defecto de fábrica. Lo más gratificante venía cuando el objetivo estaba cumplido. Llamábamos a nuestros padres, tíos, abuelos, vecina de la puerta de enfrente, a quien hiciera falta, para que admiraran nuestra obra. Con lo críos que son... es que son muy listos... qué bien se ha quedado... nunca había visto uno tan grande..., y todas esas preguntas tan impertinentes como el dónde lo vais a poner.

Nos sentíamos importantes, habíamos trabajado y nuestro esfuerzo se veía recompensado con admiración. Tras unos días, ante la necesidad de mi madre de quitar el polvo y dejar el comedor como siempre, quiero decir organizado y con la puerta cerrada porque no se usaba, se deshacía el idílico paisaje eslovaco o del Tirol, guardándose en su caja hasta la próxima ocasión en la que con total seguridad faltarían, al menos, una o dos piezas.
...
En mi interior tengo un puzle, un puzle de muchos años que rescato de vez en cuando. Hace primaveras que no lo sacaba, por eso he cogido unas horas para la reflexión y voy extrayendo sus piezas con cuidado, juntándolas en diferentes montones. Como está tan usado lo hago con delicadeza para que no se rompa ninguna de ellas. Algunas están tan desgastadas que se acoplan en varios lugares y estoy hecha un lío, dudo y las dejo para el final. Hay algo raro en mi puzle, me ha salido una pieza mucho más grande que las demás, nueva, casi diría sin estrenar, que no encaja en ningún sitio. Sigo pensando hasta que me decido: necesito montar otro con las piezas más grandes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha encantado el relato