ombligo



Observando la línea que me separaba de mi destino, percibida como uno de los hilos del enorme pentagrama que me acompaña en mi viaje, ansiaba el momento que tenía que venir.
El poco brillo que quedaba en una de las primeras tardes de otoño, reflejaba mis desconcertados sentimientos en el portátil de una pasada noche de despedida.
Sabía que mi pequeño sol no tenía tantos años para entender del todo lo que me producía, aunque sintiéramos lo mismo.
No habían pasado muchas semanas, las dos yacíamos en el más profundo abandono, parloteando sobre cualquier instante que encendía su frágil mirada. Era momento de chicas, como a ella le gustaba, y me atropellaba con una catarata de inquietudes cada vez que me despistaba.

- Tú no te puedes imaginar lo que te quiere la mamá, cariño, te quiero hasta el infinito.
- Yo a ti también, hasta la luna o más.
- Además, aunque no estemos juntas siempre pienso en ti, y así será aunque esté aquí o allá, es como si ese cordón umbilical que nos unía cuando estabas dentro de mi barriga no se haya cortado y como es invisible se estira y se estira.
- Yo te cuidaré, y no se me gastará todo lo que te quiero.
- Tienes que recordar lo que te digo, chiquitina, aunque la mamá se haga muy mayor y sea una abuelita con muchos años, aunque ya no esté aquí no te dejaré…

Entonces, el silencio me hizo sospechar que ese corazón se había revelado. Las transparentes lágrimas intuyeron que de todo lo que tuviera que venir no quería escuchar ni una sola palabra. Qué suave ese abrazo.

Ahora tendré otro apretón, cuántas veces me reprocho no dejarla, simplemente, crecer.