cuando la calle se abrió


Ya no me sentía tanto de otro sitio. No tenía que estar pendiente de devolver el saludo, una sonrisa tras una mirada, de reconocer a quien me hablaba. Sólo tenía que mirar, escuchar y sentir, dejándome llevar por las dunas de gente de las horas punta.
Antes, en mis primeros pasos de hace meses, leía el nombre de las calles y los números con insistencia por si no sabía volver y me fijaba extremadamente en los semáforos. Agarraba mi bolso más que por siniestra precaución, por aferrarme a algo mío, aunque reconozco evitar de forma consciente solitarios espacios y estrecheces desconocidas.
Entonces, una tarde calurosa de mayo, de esas que te preparan el cuerpo para el sopor estival, miré el cielo y no lo vi.
Bolas, flores, animales exóticos, héroes y vestales alzando alas y brazos, brillos de metal azulado, abalaustradas, dinteles, jarrones, serpientes, tules, antenas, relojes, seres mitológicos acechando a los pájaros, monstruos fantásticos aireando sus colas, lanzas que nos defienden de la ira de los dioses, cúpulas de ángeles esperando mi mirada…
La calle se abrió, sin estruendos ni gritos, hombres y mujeres ajenos a la transformación seguían la senda que marcaba sus destinos.
Llegaría tarde o temprano, no me daba cuenta del tiempo pero en ese momento tampoco era algo que me preocupara lo suficiente. Mi cabeza, altiva, mantenida por mi erguido cuello sin adornos, dirigía mis ojos por encima de las personas que se cruzaban entre mi objetivo y yo sin descubrir lo que me elevaba.
Algo salió de mí porque la oí, una
larga e invisible serpiente de cascabel abandonó mi cuerpo dolorido por la opresión de tantos reprimidos suspiros. Ascendió con aquellas criaturas que me fascinaban y allí se quedó.
Los largos paseos cobraban una perspectiva diferente, las pausas de descanso obligado se habían convertido en tremendas aventuras silenciosas que me llevan a desprenderme de preocupaciones, incluso de mí misma, entrando en el trance entre lo de aquí y de allá, iluminando las tardes de espera con cierto regocijo de
paz.
...
La gran ciudad ya no me asusta descubriendo la historia de sus alturas, lo que separa su cielo de todo lo demás.


1 comentario:

Mar dijo...

Que bonita descripción de Madrid.
Un saludo