Foto de Salva |
La mujer que vino con la luz se sentó alejada frente a mí.
Dejó de mirar hacia el punto exacto donde el sol se pondría
ese día y vi que sus ojos se posaban sobre mi débil semblante.
Una mano sujetaba los dos iris prendidos en su pelo, al
tiempo que colocaba su larga y negra melena hacia el otro lado.
Entonces… nos miramos las dos. Le cerré mis ojos para
demostrarle que ya no lloraba, que sólo descansaba de tanto y tanto pensar.
Extendió su brazo izquierdo hacia el horizonte y, lentamente,
fue trazando el camino a seguir, una línea curva que de un lado hacia el otro partía
el aire.
Así, conociendo el secreto guardado en mi corazón, he
agarrado con fuerza a la metálica línea curva que troquela la realidad para no
dejar que esquinas, rincones y oquedades me den alcance.
Por eso, ignorando a la ironía, a las segundas intenciones y
prometiendo no volver a leer entre líneas, he quitado el color gris que tapaba las
rugosidades de mi interior, para sentir por fin la pátina del tiempo en mi piel,
con sus matices, progresos y avances,
intentando cerrar la línea curva hasta conseguir la coherencia, mi
propia coherencia.
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