camino



Se pueden acumular montones de piedras en toda una vida. Hay quien las recoge una a una, las desempolva con un cepillo de cerdas muy duras, las limpia con un paño y al final de todo el proceso... las guarda. Otros las recogen, siguen las pautas descritas y las exponen en una vitrina de cristal con brillo cegador. Me asusto al encontrarme con gente que coge las piedras y las arroja de golpe como si las soltara desde un contenedor, con mucho ruido, sin nadie alrededor.

Quienes cuando tenemos un gran montón las dejamos solas para que la lluvia las lave y el sol las seque, disfrutamos haciendo nuestro camino, sin principio ni fin, con destino abierto, reviviendo cada piedra depositada en la esponjosa tierra recién aireada.

De vez en cuando me pregunto "¿cuántas me quedarán
por poner?, ¿cuántas por recoger?, ¿dónde me las encontraré?".

Pasando paseando por un mismo sitio cuando vamos al campo, las veo allí, sin caerse blanquísimas de variados tamaños y formas. Mi sol me dice "saluda a tus piedras", yo contesto "creo que hay más ¿de dónde saldrán?", y él termina "están para ti, para que las veas, las saludes y las escribas".

"Un día pararemos y nos llevaremos una, otro día, dos, y a partir de ahí ya no podremos parar… ¿De quién son? del campo, están en el camino y para algo servirán. Seguro que si cojo alguna, ni se nota", le tiento, burlona, sabiendo que lo dicho nunca ocurrirá.

De tanto verlas, me acordé de unos talayots. Un talayot es una especie de torre de piedras ordenadas para algo por alguien, como una atalaya que divisa el horizonte. Conocí uno muy especial en Menorca. Un meditado día que el azar eligió para mí, conseguí devolver ese recuerdo al apasionado que me lo ofreció escalando ilusiones. La cuerda de la que colgaba en mi cuello me ahogaba, ¡uf!

Por eso, quien me conoce bien no para ni me da la piedra pues sabe que el camino lo tengo que hacer sola. Menos mal que esperó y esperó hasta que aquel último atisbo me abandonara.

mi camino

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