corre corre que te pillo



Un nutrido grupo de niños y niñas nos apiñábamos en menos de cincuenta metros cuadrados, haciendo vibrar a ese patio que recorríamos de allá para acá, cubiertos de gritos, risas y movimiento. Ésta podría ser una de las primeras imágenes que me trae el pensamiento donde fui consciente de correr y respirar a la vez.

Tras ese vaporoso recuerdo, puedo encontrarme con una larga calle de entonces, ahora corta, que era la separación entre mi casa y la de mis abuelos, esa tienda en la que escuchaba, aprendía y crecía, envuelta en el aroma que impregnaba el ambiente del tabaco de mi yayo y las piezas de tela alineadas con exactitud, sin arrugas, de raso, seda, cuadritos y todas las demás que picaban.

Esa distancia la hacía volando; mi pelo tirante recogido en una coleta rozaba mi cuello, en medio de una calle vacía de coches. Para que todos mis deseos se cumplieran, soplaba con fuerza a aquellos trocitos de algodón que invadían la media tarde y que me llenaban de esperanza con la convicción de que todo podía mejorar.

Pasando las páginas de varias décadas, mi carrera ya era otra con zancadas largas y seguras. El silencio de la soledad de las primeras horas de la mañana me acompañaba, intentando conocerme, entenderme, hablarme, sugerirme y hasta exigirme. Todo se puede conseguir con el esfuerzo; no hay que cejar en el empeño; hoy esto y mañana aquello; paso a paso y con calma; aguanta que todo pasará; respira y mira qué bonito está todo; nadie es más que nadie; nada es imposible para nadie; ante la pereza, diligencia…

Estos años de lucha constante, de subidas y bajadas, de amor y de desamor, consiguieron lo que deseaban: acoplarme en el hueco de la realidad que quería.

Y sin darme cuenta… un flash, el inicio de la madurez me arrebató los sueños en calma de la irreflexión. Corría y corría en aquellas agotadoras horas nocturnas hasta la extenuación, despertándome con la mano apretando mi pecho y que requerían después días y días de recuperación.
... Ahora ya no soy yo la que corre, es el tren el que corre y mucho. Caminar disfrutando del paseo, sin que el estrabismo me distraiga, consigue que el mundo corra deprisa mientras saboreo poder esperar una nueva estación para apearme.



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