el pulpo

Conforme vas adquiriendo experiencia en esto de vivir, te sorprende de vez en cuando un ahogo parecido a uno de esos apretones que conozco. Sí, uno de esos que te arrolla cuando, sin avisarte, la cremallera del anorak que llevas puesto, se atasca a la altura del cuello, produciéndote la propia desesperación una falta considerable de oxígeno en los pulmones, momento estelar si te acompaña una temperatura ambiente de más de 35 º. En fin, una situación a superar.
Luego, todo se olvida y sigues tu marcha como si nada hubiera ocurrido, si puedes.
Esta casi madurez me ha ido desprendiendo de algunos recuerdos, a veces de episodios para no contar, e incluso de lazos de los que jamás hubiera esperado soltarme. He podido un día perder algo valioso -como por descuido- y luego encontrarlo, aunando así la alegría del encuentro y el disfrute con lo reencontrado.
También sucede que algo de lo grabado en millones de minúsculos puntitos sobre mi memoria, poco a poco ha ido desapareciendo al ir borrándose sus finísimas marcas, llegando a hacer imperceptibles sus sutiles cicatrices.
Pero, de pronto, descubres que esa oscuridad que de improviso te azotaba, acompasando sus pasos cerca de los tuyos, no era la sombra de una nube de alquitrán que te seguía, haciéndote tropezar. Pues, por fin has mirado hacia arriba y eso te hace taparte la boca para no gritar. Lo que te perseguía era un enorme pulpo que te empujaba sin dificultad hacia un lado y hacia otro, presionándote por infinitas partes de tu cuerpo con unas transparentes y viscosas ventosas que te repugnan.
Y así, sabiendo lo que es, decides desprenderte de esos tentáculos con paciencia, aunque sea de uno a uno.
Si tienes la suerte de hacerlo con apoyo de alguien que te quiera bien, sólo percibes el roce al soltarla. Otras ventosas dejan nuevas marcas sonrosadas con tonos violetas, que pronto desaparecen olvidando haber estado pegadas desde siempre. Lo peor viene cuando encuentras alguna de las que duelen, agrietando la piel, machacando tu corazón, con señal permanente.
....
Ahora respiro mejor yendo despacio por la playa, mientras el agua me acaricia suavemente los pies. Sé que lo que por la orilla sigue mis huellas no es tan peligroso como aparenta. Me sentí valiente, le miré a la cara sin pudor y me atreví a decirle “adiós”.

1 comentario:

Joan dijo...

alucinado me he quedado Vicenta.