hojas


Permanecía con los ojos cerrados frente al mar, con la estimada brisa acariciándome el rostro, y de repente cambié totalmente de escenario abandonando la fina y cálida arena a su suerte, llevándome con nostalgia la adherida a la vaporosa tela que usaba como envoltorio.
 
En este nuevo espacio, no sonaban las olas, mi paradero me era desconocido pues mis párpados se resistían a tomar conciencia de dónde me encontraba. Como ahora me ponía faldas, no sólo mi cuerpo respondió a un remolino ventoso que quiso acompañarme en el aterrizaje. El vestido cobró volumen como si de paracaídas se tratara, frenando el golpe y consiguiendo depositarme sobre la hierba con sumo cuidado.
Un lugar verde, totalmente verde y alargado, me encerró entre montañas lejanas e intocables.

La morera que me cubría con su sombra dejó caer una hoja, una de las primeras hojas de otoño con las que me daba su particular bienvenida. Allí, tranquila, fui recogiendo esas ofrendas silenciosas en las que me mandaba mensajes de pasado y de futuro, otro rompecabezas que allanaba el camino de mis recuerdos y de mis anhelos, y que guardaba entre mis ropas como oro en paño.

Viví, vivo y viviré. Caminé, camino y caminaré. Soñé, sueño y soñaré. Sentí, siento y sentiré. Lloré, ya no lloro y no lloraré, porque amé, amo y amaré.

Este vibrante mantra infinito que enfocaba y sosegaba mi mente, me llevó a la esencia de mi existencia por unos segundos. Sabía que necesitaba más práctica y control en mi respiración; aunque también me hacía falta un poco de suerte para que me encontrara la soledad sonora que de vez en cuando me despertaba entre el ruido.
Reiteré mis esfuerzos y continué inventando mi mantra. Respiré, respiro y respiraré. Abracé, abrazo y abrazaré. Confié, confío y confiaré. Esperé, espero y esperaré. 

Flotando, flotando, me encontré entera. Poco o nada podían hacer ya contra mí aquellos en los que me apoyé y luego se inventaron a otra yo que no era de verdad. Sentí que me resbalaban sus palabras y sus cuestionamientos. Volví a notar la misma impresión que mi hija me produjo cuando salió de mi interior para ser individual. Me volvieron a desbordar las mismas olas estivales que me dejaban sola para encontrarme después. 

Entonces supe que nunca me importaría no ser inmortal porque siempre me gustaron las doradas hojas del otoño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desde el 17 de septiembre no he podido leerte, por razones obvias. Hoy, al levantarme, he sentido la necesidad de llenarme de alegría y esperanza. He pensado en tus escritos. Me hacen reflexionar,me gustan,me relajan... Gracias.
roseta